De todos es sabido que existen dos tipos de colesterol: el “bueno” o ligado a las lipoproteínas de alta intensidad (HDL) y el “malo” o ligado a las lipoproteínas de baja intensidad (LDL). Este último es el que tiende a acumularse en las arterias, haciéndolas más rígidas y obstruyéndolas de manera progresiva, lo que da lugar a ciertas enfermedades cardiovasculares.
Hasta hace unos años, el colesterol malo era más frecuente en los adultos, pero el aumento de la obesidad infantil ha hecho que cada vez sea más habitual en los niños con problemas de peso, y aún más grave, en pequeños sin sobrepeso. El motivo está claro: el colesterol va ligado al consumo excesivo de grasas y a una dieta irregular y desequilibrada, pero no todo el mundo que come mal engorda, ya que el metabolismo influye mucho en el peso de una persona.
La hipercolesterolemia es una patología muy grave ya que, aunque no provoca en los niños infartos ni otras dolencias cardiacas (su corazón aún es fuerte y sus arterias jóvenes), hace que envejezcan prematuramente, dando lugar a adultos jóvenes con mayores problemas de salud. Puede llegar a manifestar arteriosclerosis con 30 años, pudiendo incluso tener un infarto a esta temprana edad. De ahí la necesidad imperiosa de prevenir desde la primera infancia.
El nivel de colesterol recomendable en los niños está por debajo de 175 miligramos por decilitro de sangre. Entre 175 y 200 sería la zona alta de la normalidad y, por encima, colesterol elevado.
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